Oficio de Tinieblas

El proyecto «Oficio de tinieblas “ es obra compuesta por Tomás Luis de Victoria y recoge los cánticos y rezos de la liturgia de la horas correspondiente a los días de miércoles, jueves, viernes santo y domingo de resurrección. Para ello unimos canto gregoriano, polifonía con lecturas propias y escenografía que nos aproxima a lo que sería un oficio de Semana Santa en un monasterio del siglo XVI.

Encuadre histórico y desarrollo

Poco después de la puesta del sol comenzando a una hora conveniente con luz, cuando las sombras van extendiéndose sobre la amplia superficie de la Tierra, en el Miércoles Santo, Jueves Santo y Viernes Santo se celebra el Oficio de Tinieblas.

Una tradición ininterrumpida durante siglos cobra protagonismo en estos días. En los albores del Cristianismo, en ese momento llamado Paleocristianismo, allá por el S. III y IV de nuestra era aparecen los primeros vestigios escritos del Oficio de Tinieblas. La recién estrenada religión del Imperio tras la concesión de Constantino desarrolla liturgias por la que organizar el legado de Cristo: “Magisterium Eclesiae”.

Las penurias culturales de la mayoría del pueblo y una forma de actuación milenaria que pertenece a la idiosincrasia del ser humano desde la conciencia del “ser”, cuaja de Simbolismo toda liturgia de la Iglesia, mediante el cual puede dar a conocer su mensaje de Salvación.

La participación popular que en este momento nos ocupa es muy numerosa según cuentan las Crónicas; y no sólo numerosa sino incidentada. La pérdida de luz era una posibilidad para desarrollar actos de pillaje, tumultos o venganzas personales. Estos motivos llevaron al Emperador a introducir guardia durante el desarrollo del Oficio, situación que ha perdurado hasta nuestros días.

La progresiva debilitación de la luz durante el Oficio simboliza el eclipse de la Gloria del Hijo de Dios en las ignominias de la Pasión; la defección de los Apóstoles, que huyeron al entregarse Jesús a sus enemigos; y, finalmente, la profunda tristeza que siente la Iglesia en el Aniversario de los días en los cuales su divino esposo sufrió las humillaciones y los tormentos de la Cruz.

Por medio de un candelabro triangular se sostienen quince cirios amarillos, los cuales son apagados, uno tras otro en cada lado alternativamente, al final de cada salmo, empezando por la parte interior. Queda encendido tan solo el cirio del vértice, hasta que al recitarse las últimas oraciones, un sacerdote lo toma, lo esconde detrás del Altar, lo coloca de nuevo en su sitio y lo apaga al terminar el Oficio. Los seis cirios del Altar fueron ya apagados durante los seis últimos versículos del Benedictus. La susodicha práctica se remonta hasta la Edad Media. Primitivamente, en Roma, el Oficio entero se recita a oscuras, pero en la Galia, como en Inglaterra, se creyó que difícilmente se podría prescindir de la luz, sobre todo para los maitines.

Se ha dicho que los cirios sucesivamente apagados, representan los Doce Apóstoles abandonando uno tras otro a nuestro Señor, simbolizado a su vez, en su muerte y sepultura por el cirio encendido y ocultado luego detrás del Altar, pues Jesús desapareció por poco tiempo de la vista de los hombres para reaparecer rodeado de luz y gloria, el día de su Resurrección. Según otros, el cirio encendido figuraba la Virgen María firme al pie de la Cruz, y después de la Sepultura de Su Hijo, animando a los Apóstoles con la firme esperanza de su Resurrección.

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